Resocializar a través del arte y la educación en el sistema carcelario: posibilidades de construcción de nuevas subjetividades

Por Sofía Biermann


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Algunos fragmentos


Mirada Relevante

Nobleza, integración, amabilidad

Con la que cambian esta rutina

El grupo, Sofía y Valentina;

Esta soledad por un tiempo de Universidad

Expresando con inteligencia y conocimiento

Brindan una labor de inclusión

Para una redención

Proyecto de valioso complemento

Para humanizar esta sociedad

Siendo ejemplo de participación

Andes con quien Andes,

Nos brindan siempre un momento de libertad

Influyendo un cambio

En la forma de pensar

Dando un nuevo rumbo en nuestro caminar

Gracias por el intercambio

De ideas que no caducan

Con un referente

Permanente

Como el profesor Lucas

Grupo de jóvenes

Que pretenden consolidar

Un mensaje y cambiar

Estos momentos tan comunes

Por arte, cultura,

Educación y superación

Dejando siempre una reflexión

Para esta sociedad futura.

-José Romero 2023


¿Abrir la cárcel o abrir la Universidad?

“Una vez que uno entra a interesarse por ella, la cárcel se vuelve una adicción, lo prende a uno de una forma tal que no es posible ya abandonarla”

(Marcos Rolim, citado en Segato 2022).

Mi primer acercamiento a la cárcel fue algo inusual, en una oferta de cursos de la universidad. Para completar los créditos obligatorios de mi pregrado en Antropología, debía inscribir una materia de la facultad de artes, y entre los cursos ofertados, la clase “Arte y Cárceles” llamó mi atención. No sé si por una atracción casi morbosa hacia este espacio del que poco se ve y poco se habla, pero que todos sabemos que existe, no sé si porque desde ese momento comenzaba a engendrarse en mí una suerte de fe en que el arte puede cambiar a una persona. Más pronto que tarde cobrarían sentido las palabras de Segato frente al valor investigativo que tiene un espacio como la cárcel: “pienso hoy que eso se debe a los enigmas que presenta y la velada promesa de que esos enigmas serían capaces de revelar secretos que son nuestros, de toda la sociedad” (Segato 2022, 47). Lo comparto: la cárcel es un espacio atrapador, pues reproduce, espeja y muestra con una nitidez anonadante procesos sociales presentes pero muchas veces ignorados de la sociedad ‘libre’.

La clase, liderada hace más de 3 años por el profesor Lucas Ospina, tiene la finalidad de “entrar en diálogo y visibilizar situaciones de la vida carcelaria, contribuir al mejoramiento de las condiciones de existencia, dar opciones educativas, contribuir a la protección de los derechos y desde lo humano ampliar la percepción que se tiene de las personas privadas de la libertad” (Programa del curso Arte y Cárceles 2023). En la biblioteca de la Cárcel Distrital de Varones y Anexo de Mujeres de Bogotá, los talleres de creación artística se convierten en un espacio de libertad creativa en el que más de cuarenta personas privadas de la libertad colaboran con estudiantes y docentes en la creación de proyectos artísticos de diversa índole.

El curso de Arte y Cárceles, al ser un curso ofertado por el departamento de Arte de la Universidad de los Andes y llevado a cabo dentro de la biblioteca de la Cárcel Distrital, se perfila como un programa de educación cimentado dentro de un propósito de resocialización. Con un andamiaje pedagógico que tiene como propósito principal la creación de relaciones sociales que se prolongan y tienen la capacidad de subjetivar a los individuos que componen el taller, el curso propone que estudiantes de la universidad y privados de la libertad reconstruyan, a través del diálogo, ese vínculo entre “libre” y “preso” que el sistema colombiano de privación de la libertad y el sistema de educación superior privada cortan tajantemente (Programa del curso Arte y Cárceles 2023). Si se quiere, tanto la cárcel como la universidad son espacios que engendran unos tipos de vida que se desenvuelve en la estrechez de cuatro paredes y limitan la mirada hacia el exterior, hacia realidades distintas. Se busca entonces forjar un camino que vaya “de la universidad a la cárcel, de la cárcel a la universidad, la universidad como cárcel, la cárcel como universidad, una experiencia de semejanza, similitud y marcadas diferencias” (Programa del curso Arte y Cárceles 2023). Así, el propósito del curso, tanto para los estudiantes universitarios como para los internos del centro de reclusión, es ofrecer una nueva mirada hacia lo que es la libertad, que en este espacio se deja de entender como sinónimo de la libertad ambulatoria, del capital económico, del capital intelectual y del capital social, y se comienza a relacionar con la libertad expresiva, afectiva y creativa: “encerrarlos, privar sus cuerpos de la libertad, aislarlos, ya es castigo suficiente. ¿Por qué tenemos que aprobar un mundo en el que es aceptable privarlos de dignidad, de afecto, del derecho a la libertad de expresión, del derecho a la educación?” (Lucas Ospina 2023).

Así, la propuesta del curso Arte y Cárceles encuentra su fundamento en la horizontalidad, materializada en la disposición del salón en una mesa redonda que permite la participación de todos los integrantes del taller, facilita el movimiento dentro del salón, la creación de grupos pequeños compuestos por internos y estudiantes a lo largo de las sesiones, eliminando la visión jerárquica de lo que sería un maestro en las disposiciones espaciales típicas de una clase magistral. En efecto, resulta especialmente interesante cómo numerosos internos se refieren unos a otros con el apelativo de “maestro”. Joaquín se refiere a José como “mi maestro José”; Iván se refiere a Julio como “el profe Julio”; a mí numerosas veces me han llamado “Ilustrísima” o “profe Sofía”; Julián resalta que su mayor maestro en la ilustración fue un compañero del taller, el “maestro Miguel”. Así, una consecuencia de la disposición horizontal de la cátedra ha resultado en la eliminación de estructuras de poder que encapsulan a una sola figura en el papel de maestro, y se ha engendrado una visión particular de que “todos podemos ser maestros, todos tenemos algo que aportar, algo que enseñar y algo que aprender; porque un maestro es una persona que comparte sin creerse mucho, a veces ni siquiera sabe el valor de lo que está compartiendo” (Entrevista a Julián 2024). En esta cátedra, entonces, “esa línea entre maestro y estudiante se desdibuja, porque todos los roles son importantes” (Entrevista a Iván 2024).

Octubre de 2023. El Taller de Arte y Cárceles en la biblioteca de la Cárcel Distrital.

Asimismo, para los estudiantes de Los Andes, la asistencia a los talleres no es obligatoria, de manera que la nota que reciben al final del semestre puede traducirse en su participación presencial en las actividades, en sus aportes al repositorio de la clase de manera remota y/o en una autoevaluación frente al valor de sus aportes a las actividades y al curso. De igual forma, la asistencia a los talleres por parte de los internos también es voluntaria, y en ellos reside la potestad de decisión frente a lo que quieren realizar o producir durante su tiempo en el taller, desde proyectos semanales, proyectos semestrales, o simplemente el uso del taller como un espacio de diálogo con los estudiantes y otros internos. La decisión de las actividades que se realizan a lo largo del taller no se remiten únicamente al profesor; por el contrario, buscan fomentar la participación conjunta y los intereses de todos. Cada interno tiene la posibilidad de proponer una actividad que realizará a lo largo del semestre -desde libretas de ilustración, fotonovelas, libros de poesía, cuentos infantiles, novelas, podcasts, obras de teatro, etc- que eventualmente puede ser presentada en la Junta Evaluadora de Trabajo Estudio y Enseñanza (JETEE) como actividad válida para la redención de pena. Al mismo tiempo, en cada sesión, el profesor Lucas, los estudiantes y los internos llegan a un acuerdo respecto a la actividad que se llevará a cabo durante la semana con base en las discusiones que se han adelantado, en los intereses que se han despertado y en las vocaciones en común que tienen internos y estudiantes, permitiendo así la participación de todos y buscando que cada miembro del taller pueda fomentar sus aptitudes.

Esta libertad de creación es precisamente uno de los valores agregados que han llamado en mayor medida la atención de los internos, haciendo que esta sea una clase distinta a las que han vivido en otros talleres ofrecidos en la cárcel o incluso en sus vidas antes de la reclusión. Iván, por ejemplo, cuenta que, en su niñez, la escuela la vivía como un tipo de prisión, no le emocionaba tener que estar sentado siempre en un puesto asignado, ver materias que no le gustaban, tener que hacer caso y aprender solo del profesor. En cambio, “estar en este taller, en la biblioteca, me recuerda a las clases que sí me gustaban en el colegio; el lenguaje es más abierto, puedo compartir con mis compañeros y tener conversaciones interesantes (…) los momentos que verdaderamente disfruto en privación de la libertad son los que me permiten hacer lo que yo quiero y aprender lo que yo quiero” (Entrevista a Iván 2024). La propuesta pedagógica centrada en la horizontalidad y la colaboración entre pares, la eliminación de estructuras de poder, la posibilidad de movimiento dentro del salón, la capacidad de decisión frente a los proyectos que se realizan, los aprendizajes que se pueden extraer y los maestros de quienes se puede aprender, despertaron en mí una nueva idea de lo que puede ser una educación emancipadora y el valor tan grande que tienen estos pequeños esbozos de libertad en un espacio donde pareciera que todas las libertades del sujeto son arrancadas del propio cuerpo.

Para mí, se trataba de un proyecto revolucionario, de una nueva visión frente a la cárcel, de la que poco se había registrado un avance en términos prácticos en Colombia. A pesar de un planteamiento casi idealizado respecto a la resocialización, nos encontramos en un país donde las condiciones carcelarias demuestran que aún está enraizada esa visión punitiva que se tiene frente a la pena: personas con hambre, con frío, sin las necesidades básicas satisfechas. Lugares donde los reclusos, más allá de alejarse del delito, encuentran un espacio de aprendizaje para seguir delinquiendo y manteniéndose en círculos viciosos de consumo y venta de estupefacientes, violencia y terror. El sueño del profesor Lucas, que pronto fui compartiendo y apropiando, es la creación de un espacio donde la Cárcel Distrital y la Universidad de los Andes se encuentren para dar una nueva visión a este espacio de reclusión. A partir de la cultura, el arte y la educación, personas tan lejanas pueden encontrar la oportunidad de dialogar acerca de lo que es la libertad y, en especial, lo que implica establecer puentes entre sujetos libres y recluidos a partir de un proyecto educativo.

La experiencia en este espacio de reclusión, donde arte y educación se encuentran en un proyecto de resocialización, despertó la necesidad de preguntarme acerca del potencial que tienen las artes, en su función de propósitos pedagógicos, en la creación de nuevas conexiones espaciales y temporales que permiten pensar en nuevas formas de continuidad dentro y fuera de la cárcel, así como en su capacidad de individualizar las experiencias de cada uno de los participantes. En otras palabras, ¿por qué el arte en la educación cobra un valor importante en la constitución de subjetividades?. ¿La inclusión del arte en los programas de resocialización ha cambiado los comportamientos y los anhelos de las personas privadas de la libertad?

En este sentido, la investigación que aquí propongo busca entender el papel que cumple el arte en los procesos de resocialización llevados a cabo dentro de la Cárcel Distrital de Varones y Anexo de Mujeres de Bogotá, específicamente indagando por el tipo de relación que unas personas construyen con las actividades que se proponen dentro del taller de Arte y Cárceles,  cómo han llevado sus propias lógicas a estos espacios, la manera en la que habitan y ven su entorno desde que hacen parte de los talleres, los valores que les dan y la manera en que estos han mediado su forma de concebir relaciones dentro y fuera de la cárcel. Por ende, la pregunta base que direcciona este texto es: ¿cómo las artes y la educación han jugado un papel en la resignificación de los valores y los anhelos que dan los privados de la libertad a los espacios de resocialización al interior de este centro penitenciario?


Por su parte, entre las actividades planteadas en el Código Penitenciario y Carcelario como capaces de reconstruir el tejido social, y por ende como capaces de permitir el acceso de los privados de la libertad a los derechos enlistados por Segato, se incluyen el trabajo, el estudio, la formación espiritual, la cultura, el deporte y la recreación (Ley 65, 1993, art. 10). Es aquí donde entra a colación la discusión sobre el taller de Arte y Cárceles como un espacio educativo donde el arte funciona como medio comunicativo y expresivo de las discusiones que se dan dentro de la cátedra, al mismo tiempo que los proyectos se ven permeados por el propósito de la resocialización de los individuos que la componen. Se trata, entonces, de un espacio a través del cual se da la apertura a la autonomía de los reclusos, aún dentro de los límites impuestos por el régimen carcelario, pues este tipo de lenguajes creativos se perfilan como factores liberadores y de apaciguamiento, donde se manifiestan procesos de corrección y reformación psicosocial, se fomenta la responsabilidad del sujeto y se propician reflexiones sobre aspectos centrales de la experiencia humana, todas estas, necesarias para la transformación de conductas y subjetividades (Segato 2022).

En el taller de Arte y Cárceles, entonces, el arte se puede entender como un “(…) acto-labor humano intencional, creador y transformador que puede servir como instrumento potenciador de cambio social” (Antolínez 2014, 82), pues la arquitectura educativa de esta cátedra se basa precisamente en el arte, o los lenguajes creativos y expresivos, como estrategia para el cambio social. Lo anterior se refuerza por la ideología moderna que se plantea en los centros de reclusión como lugares donde los individuos son sometidos a la corrección de una serie de conductas que les impidieron cumplir las normas del Estado. En últimas, este programa educativo y de resocialización se puede entender como un medio a través del cual, por medio de un proyecto pedagógico claro, con funciones determinadas en los talleres y actividades, es posible encausar al sujeto ‘libre’ y el sujeto ‘encarcelado’ en un mismo discurso (Segato 2022), para así asegurar su reinserción efectiva en la sociedad.

En este punto, es de suma importancia hacer caso a las investigaciones que se han llevado a cabo en procesos de resocialización de personas privadas de la libertad en Colombia y han tomado como elemento principal en su programa pedagógico el arte, tomado en esta investigación como un concepto amplio, que se encausa dentro de la creación de lenguajes creativos o expresivos. El arte puede ser considerado como un recurso para el trabajo terapéutico del duelo y como una herramienta dadora de sentido para los penados que buscan la resocialización.  “Es por lo anterior que el arte en las cárceles resulta ser un valioso recurso para expresar y tramitar el afecto, para transformar pensamientos y actitudes en un contexto carcelario complejo y hostil” (Rueda Gualdrón 2019, 19). Valiosos son, también, los aportes de Trilleras Cifuentes (2018), quien encuentra en el arte como una herramienta de mediación que permite expresar sentimientos y disminuir comportamientos conflictivos dentro de los centros de reclusión. La autora propone la construcción de espacios artísticos que resalten la expresión de los sentimientos, la canalización de las emociones y contribuciones al proceso de resocialización de las personas que hacen parte del sistema de responsabilidad penal (Trilleras Cifuentes 2018,17).

Por su parte, Lamprea Barragán y Rivera Pimentel (2017) abordan el arte como un medio con facultades comunicativas y creativas que le permiten al hombre crear realidades alternativas de conocimiento del mundo, del dolor y el sufrimiento. De esta manera, el arte opera como un medio a través del cual las personas pueden construir, a través de la fantasía, nuevas formas de reflexionar, que al mismo tiempo fungen de puentes entre el sujeto mismo, su psique, y la posibilidad de apertura hacia el futuro. Así, la libertad creativa facilita la transformación del sufrimiento en algo palpable para el sujeto, al mismo tiempo que permite el alejamiento de una realidad displacentera, paralelo a un proceso de introspección. Finalmente, Solano Serrano (2019) aporta a esta discusión por medio de la reflexión del arte como recurso en la elaboración del duelo, entendiendo este como “el trabajo ante el dolor que genera la pérdida, donde se hace cargo del vestigio de la ausencia” (5). El arte permite dar un sentido simbólico, crear asociaciones y reelaboraciones significativas ante la pérdida, es un elemento especialmente útil cuando se asocia el duelo a la pérdida de libertad.


La cárcel, entonces, permeada de un aura de violencia, corrupción, estupefacientes y delincuencia opera en muchos casos como una “escuela del delito”, donde en muchas ocasiones la voluntad de resocialización y responsabilidad que plantea la ley se ve eclipsada por un proceso de socialización y aprendizaje del delito, de perfeccionamiento de técnicas de delincuencia, ya sea para sobrevivir a los abusos de otros, para asegurar la supervivencia de quienes quedaron fuera, o para asegurar su futura permanencia en lo que podríamos considerar como el “oficio delictivo” (Moreno 2019).

En el workshop “animalizar la cárcel” propuesto por el profesor Lucas a todos los miembros del taller, las ilustraciones de Daniel y Julián llamaron especial atención por su relación con las reflexiones que se habían desarrollado en las sesiones anteriores respecto a la forma en la que la cárcel los había cambiado, en algunos aspectos de sus vidas, para mal. Varios internos, en efecto, comentaban que la vida en los patios implicaba asumir conductas violentas para asegurar su protección de los grupos que controlan el patio, acudir a actividades ilegales dentro de la cárcel para conseguir dinero para sus familias o acercarse a las drogas ya sea para complacer a los grupos que se dedican al microtráfico, o para escapar de los fuertes sentimientos de duelo y de desespero que implican “perder a la familia, recibir la confirmación de la condena y aguantar el desespero de estar encerrados” (Entrevista a Joaquín 2023).

La ilustración de Daniel, en efecto, representa cómo la entrada a la cárcel, un espacio con sus propias normas, sus propios jefes, sus propias dinámicas de intercambio, como la compra de protección, la venta de utensilios lícitos e ilícitos, el contrabando, la prostitución y la común práctica de saldar cuentas puede representar para los internos un aprendizaje y perfeccionamiento de sus técnicas delictivas, su asociación con redes de crimen organizado, su acercamiento a conductas de violencia y a sentimientos de venganza, tanto frente sus compañeros como frente a los guardias y el Estado mismo. Como comentó Daniel en una de las sesiones, “la entrada a la cárcel puede cambiarlo a uno, porque aunque entre siendo inocente, el sistema y los compañeros lo llevan a cosas malas, porque si uno quiere sobrevivir acá adentro, tiene que comportarse como una piraña” (Entrevista a Daniel 2023).

Ilustración de Daniel Salazar. Workshop: animalizar la cárcel.

Por su parte, Julián compartió su ilustración del taller, en la que buscaba representar una de las escenas que se ven en el patio de forma recurrente, haciendo ver con claridad la forma en la que se manifiestan las relaciones de poder, violencia y corrupción que hay en la cárcel.

Atribuyendo el aspecto de un animal a cada uno de esos personajes que “no pueden faltar en una cárcel” (Entrevista a Julián 2024), Julián se centró en la escena de una pelea entre el jefe del patio, o el “pluma”, representado en la ilustración como una rata “por ladrón” (Entrevista a Julián 2024), y alguien nuevo en el patio, que no quería seguir las normas del pluma y quería invertir el orden de mando, “alguien astuto que llegó y quiso saltarse las normas, que llegó con los humos muy altos y no respetó el poder en el patio” (Entrevista a Julián 2024), representado como un conejo. Los dos personajes que están atrás del “pluma”, el reno y el oso representan a los manos derechas del pluma, conocidos como “paredes”, que lo protegen a cambio de todos los beneficios que él pueda ofrecer, desde respeto de los demás reclusos y la guardia, hasta el primer acceso a bienes y servicios que se contrabandean en el patio: internet, el primer acceso a la lista de los talleres de resocialización, drogas, materiales para artesanías, armas, aparatos electrónicos y comida. Los demás animales tienen cada uno su significado, “está la mosca que va revoloteando en todos los grupos; están los perros, que son bravos pero se dejan chantajear; está el sapo, porque en todos lados siempre hay uno que sapea todo lo que pasa a la guardia” (Entrevista a Julián 2024).

Ilustración de Julián Giraldo. Workshop: animalizar la cárcel.


“Ser bueno en algo”

“Los talleres son lugares donde recibimos apoyo, nos motivamos porque nos dicen que somos buenos en algo, en un lugar donde se encargan de decirnos que somos malos”

-Brayan Durán.

En la primera sesión de la cátedra de Arte y Cárceles, cuando apenas habíamos intercambiado un saludo, sentía el miedo y la incomodidad que se siente siempre el primer día de clases. No sabía dónde sentarme ni con quién hablar, me abrumaba la necesidad de buscar entre todos esos nuevos rostros algún indicio de seguridad, algún elemento o expresión amigable con la que pudiera romper el hielo. De repente experimenté algo que nunca había vivido, en lugar de estar todos sentados viendo al profesor, con las manos cruzadas encima de la mesa y dejando visible un rostro expectante a las instrucciones sobre qué hacer o al discurso de apertura del maestro, como es recurrente en las primeras clases universitarias, todos los internos estaban ensimismados, haciendo dibujos, escribiendo en sus libretas, leyendo, todos con una suerte de afán por crear, por expresar, como si cada minuto del taller fuera valioso. De repente esos rostros expectantes, esa expresión amigable que estaba acostumbrada a buscar en mis compañeros de clase, fueron reemplazados por unas manos que creaban, y que al moverse encima del papel invitaban a cualquiera a acercarse y a dialogar con ellas acerca de los movimientos que se plasmaban entintados en las libretas. Me encontré con las manos de Julián, que copiaban la foto de un perro con una exactitud anonadante. Se hizo claro en ese momento que no me encontraba en un salón con personas aficionadas por el arte, o principiantes en sus formas de crear, por el contrario, se trataba de artistas talentosísimos, con una capacidad de expresión y observación magistral.

Ilustración de Julián Giraldo.

Pude por fin apartarme de esa visión precarizada y estigmatizada que tenía de las personas privadas, una perspectiva que sin conocerlos, se había manchado de esa condición de estigmatizada de lo que es un delincuente o un criminal, incapaz de algún bien, y se había contrapuesto a priori a esa concepción idealizada y algo romántica de lo que es un artista, puesto históricamente en el pedestal más alto de la cultura. Pronto me di cuenta, mientras rompía el hielo con esas manos creadoras de Julián a través de una felicitación y una expresión sorprendida acerca del talento tan grande que tenía, que las obras desarrolladas en el taller de Arte y Cárceles eran la expresión de la capacidad de reparar de los internos, mostraban que el arte era un vehículo a través del cual se podían poner en contacto con algo grato y puro en ellos. Comenzaba a engendrarse una cuestión direccionadora para mi trabajo, que pronto pude comprobar a través de conversaciones y entrevistas: ser capaz de algún bien no sólo muestra cómo todos somos un manojo de contradicciones, sino que también el poder comunicarle a una persona que ha sido reducida a su delito acerca de su capacidad de hacer un bien lo dignifica y le permite convencerse de la posibilidad de redimirse.

El derecho a la redención del que se habló anteriormente permite al interno acercarse a los conceptos de bien y mal de una manera distinta, es decir, no a través de una mediación religiosa, y en últimas le permite presentarse ante la sociedad como capaz de algún bien. Esto fue precisamente lo primero que me comentó Brayan cuando le pregunté por la razón que lo motivó a acercarse al taller de Arte y Cárceles: “los otros talleres me parecen útiles y me han enseñado muchas cosas, pero a veces son aburridos. Este taller para mí es el mejor porque es más libre y más abierto, entre privados de la libertad nos apoyamos, nos damos consejos y nos enseñamos, además, es muy motivador ver que para personas externas sí podemos ser buenos en algo. Este es un espacio donde mostramos a la gente de afuera que aquí se pueden hacer cosas buenas” (Entrevista a Brayan 2023). La posibilidad de “ser bueno en algo” dentro de la cárcel se ha traducido, en la experiencia de Brayan, en la oportunidad de encontrar su pasión y acceder a espacios donde se le permite crecer y aprender sobre formas distintas de expresión, mejorar sus técnicas de ilustración y mostrar lo que ha escrito o dibujado a sus compañeros internos y a otras personas que vienen de fuera, que valoran su trabajo, que lo inspiran y que le muestran sus creaciones también. El taller de Arte y Cárceles, en efecto, se ha perfilado en la experiencia de Brayan como un espacio de apuestas colectivas por la redención de él y sus compañeros, por la posibilidad de demostrarse a sí mismo y a los que lo rodean de que es capaz de hacer algo bien, y que, además, esas cosas que ha hecho pueden fomentar diálogos con internos y externos sobre lo que pasa en la mente y el corazón de alguien cuando está intentando cambiar, cuando logra encontrar las fuerzas para pedir perdón por lo que hizo y hay quienes le aceptan sus disculpas (Entrevista a Brayan 2023).

Para Brayan, entonces, este taller se traduce en un espacio en el que es posible tener conversaciones estimulantes, en el que las personas que participan son más que los delitos que cometieron o que su pasado: “todos somos iguales, todos tenemos algo que aprender y enseñar, todos somos artistas, todos somos dignos de lo bueno, a pesar de lo malo” (Entrevista a Brayan 2023). De esta forma, entonces, el taller cumple una función importante no sólo por el trabajo que se realiza, de un valor artístico y creativo relevante, sino también por la capacidad que este ha tenido de unir personas con diferentes intereses, y a propiciar el diálogo y la enseñanza entre pares. Así, los diferentes lenguajes creativos que se estimulan a partir del taller de Arte y Cárceles cumplen una función mediadora, al mismo tiempo que fungen de herramientas que favorecen la subjetividad y los procesos personales de los internos, la toma de conciencia en pro de la toma de actitudes dignificadas, que a su vez han llevado a procesos de inclusión, acompañamiento y estimulación positiva entre pares.

A propósito, si se piensa en los talleres de Arte y Cárceles como espacios que hacen caso a la corriente metodológica del arte cooperativo, la cual ha tomado especial fuerza en el marco global durante los últimos años, es posible ver cómo los espacios de copresencia que utilizan los lenguajes creativos como vehículo son útiles para la creación de vínculos entre quienes participan, así como para la exploración de identidades de sujetos que han sido silenciados, a quienes se les abren las puertas para comprender y resignificar dinámicas sociales complejas (Antolínez 2014; Abujbara et al. 2017; Becker et al. 2013; Cornwall 2004; Flower y Kelly 2019; Kelly 2004).

Para Brayan, el arte es una manera de demostrarse a sí mismo, a su familia y a la sociedad, que “no hay gente mala, sino que hay gente que toma malas decisiones por encontrarse en situaciones difíciles” (Entrevista a Brayan 2023). Él hace arte para encontrar un propósito de vida una vez salga de la cárcel, para escapar a un lugar donde la mente no tiene límites. Y su vocación no ha tenido límites, pues se ha dedicado a numerosos proyectos de manera simultánea: está desarrollando un diario de sueños titulado “Luna de Cobre”, en el que registra los sueños que tuvo cada noche y las reflexiones que estos despiertan. También está escribiendo su historia de vida, en la que reflexiona acerca de las decisiones que tomó en el pasado y las que toma actualmente; lo ve como un diario para escapar de las situaciones difíciles que vive todos los días en la cárcel y  sueña con publicarla en forma de audiolibro. Brayan también tiene una bitácora de ilustración y de mandalas, que usa como forma de arte-terapia para lidiar con el duelo que implicó haber perdido la libertad, a su familia, y la confianza de la sociedad. También está trabajando en el diseño de camisetas y otros productos que lleven sus ilustraciones, para venderlos.

De esta forma, Brayan expresó que el taller de Arte y Cárceles es el único que ha podido resolver un problema que existe actualmente con los demás programas de resocialización, pues “en los talleres dicen que nos están enseñando cómo vivir en sociedad pero es mentira, pues la sociedad se mueve por el dinero y aquí estamos aislados de esa forma de vida, nosotros no sabemos cómo vamos a ganarnos nuestro pan cuando salgamos” (Entrevista a Brayan 2023). Por esto cree que hay una diferencia entre los programas que le dan la posibilidad de escapar un rato del patio y distraerse y los programas que le enseñan un oficio, el taller de Arte y Cárceles le ofrece ambas posibilidades, dice, porque está aprendiendo artesanías que le ayudan dentro de la cárcel ya que le han dado un ingreso y le han ayudado a dignificarse, pero también le van a ayudar una vez esté fuera porque se han convertido en un propósito de vida más allá de la delincuencia.

Al mismo tiempo, esta visión frente al valor que tiene el arte en los talleres de resocialización se complementa con la visión de Abelardo, quien me comentó que él cree que la cárcel se encuentra en un margen entre la sociedad y lo que no es la sociedad, porque las personas privadas de la libertad pierden muchos derechos que tienen las personas ‘libres’, pero al mismo tiempo, para muchas cosas, siguen haciendo parte y siguen recibiendo algunos beneficios, como si estuvieran en un límite. Él se ha dado cuenta de que dentro de la cárcel hay una especie de márgenes inversos, pues está el verdadero “adentro” que es el patio, el “límite” que son los talleres y el “afuera” que es la calle (Entrevista a Abelardo 2023). Para él, muchas personas acceden a los programas de resocialización para “salir” a ese punto intermedio entre la cárcel y la calle sin tener una vocación clara, ya sea para obtener el cartón de los Andes, para tener beneficios de redención de pena, o solo para escapar del patio. Cuando esto pasa, el hecho de usar el arte para la resocialización es “una red tirada al vacío” (Entrevista a Abelardo 2023), que en últimas sólo funciona para cambiar a las personas cuando alguien se da cuenta de que es bueno en algo.

Por esta razón Abelardo dice que, si de él dependiera, se encargaría de que los talleres “individualicen a cada persona, dándole un impulso a cada uno para cambiar su vida a través de su vocación individual” (Entrevista a Abelardo 2023). Él piensa que, al mostrarle a una persona que es buena en algo o que podría serlo, es posible que sea más fácil que se geste una confianza en el sujeto de que es posible de cambiar otras actitudes: “es como si, por ejemplo, yo me esfuerzo por mejorar mis técnicas tallando madera, aunque sea muy malo. Con esfuerzo y dedicación, con ayuda de compañeros y maestros, voy mejorando, y me vuelvo un experto. Esto no solo me dice que soy bueno tallando madera, esto me dice que todo en mi vida y en mi persona puede cambiar con esfuerzo y dedicación, y además me dice que puedo encontrar algo fuera de la cárcel que me de plata, que no sea robar” (Entrevista a Abelardo 2023). A lo largo del semestre, Abelardo fue cambiando el lápiz por el cambrión, pues en el patio encontró su vocación: la talla de madera, a la que espera dedicarse una vez salga y la cual además le está dando dinero y reconocimiento en el patio y en los talleres como alguien muy talentoso, con una vocación y un propósito.

En últimas, las experiencias de Brayan y Abelardo, vistas en luz de los aportes de numerosos autores que defienden el uso del arte cooperativo en procesos sociales complejos, nos permiten ver que desde los lenguajes creativos se pueden transformar conflictos sociales en apuestas colectivas que fomenten la voluntad de los individuos de convertirse en sujetos de cambio (Antolínez 2014; Estupiñán-Quintero 2021). El espacio de copresencia y cooperación propiciado por los talleres ha permitido que, a través de conversaciones y palabras de aliento que se intercambian entre pares, sujetos como Brayan y Abelardo se vean a sí mismos como sujetos dignos de redención, capaces de efectuar cambios en sus vidas y de anhelar futuros apartados del delito. A través de acciones sencillas como el asegurarles que “son buenos en algo”, los participantes de este taller han encontrado la oportunidad de explorar sus capacidades, recobrar la confianza en sí mismos y construir nuevas identidades. Todo esto, con el fin de fortalecer la comprensión particular de los eventos dolorosos que han conformado sus vidas.


Después pasó lo que Brayan llama “el milagro”: un compañero de su patio, Transición, trabaja en limpieza, lo que quiere decir que tiene permiso de salir del patio para sacar la basura y limpiar los corredores y áreas comunes. Revisando la basura, encontró las plantas de Brayan, que aún no habían muerto, y las llevó a escondidas de vuelta al patio, sin saber con certeza de quién eran, pero con una corazonada, pues Brayan era el “típico que guardaba las pepitas de mandarina para sembrarlas” (Entrevista a Brayan 2024). Cuando Brayan vio nuevamente sus plantas, se sintió como el hombre más afortunado del mundo, y agradece mucho a su compañero por haberlas recuperado, nuevamente tenía alguien a quien cuidar.

La experiencia de Brayan con las mandarinas, así como muchos de los eventos cotidianos que los internos han compartían conmigo, revelan una condición particular acerca de la forma en la que los internos se relacionan con su entorno, con los talleres y con todas las multiplicidades que implica una vida en reclusión. Sentir la necesidad de sembrar unas mandarinas es un evento que se desprende de un sinnúmero de razones, desde la necesidad de ocupar el tiempo libre en cualquier actividad a partir de los recursos que se tengan a la mano, hasta la posibilidad de acceder a recursos cromáticos que asemejan esos momentos de libertad que se añoran con fervor durante el tiempo en reclusión y se pueden adquirir por medio de pequeñas acciones, así como la voluntad de hacer caso a unos pensamientos que retan a desafiar esas estructuras de poder cuyo trabajo consiste en limitar el cuerpo, corregirlo y sancionarlo, o la necesidad de satisfacer un impulso de cuidado que el encierro limita. Entonces, las redes conductuales y sociales que los internos forjan durante su tiempo en reclusión son causa y consecuencia de múltiples lazos de los que un investigador podría agarrarse: no hay una razón singular por la que un interno hace algo, no hay una única respuesta, y ha sido trabajo mío, como investigadora, y de mis compañeros, como emisores de una serie de mensajes, darle valor a una razón o a otra. La historia de las mandarinas me permitió, entonces, abordar otro de los ejes temáticos en cuanto al valor que le dan los internos a los programas de resocialización, el cuidado. El cuidado, en palabras de Baldassar, se refiere a los actos que una persona lleva a cabo para velar por el bienestar físico, emocional y financiero de los seres queridos, operando en función de las obligaciones culturales y los compromisos establecidos (2007, 2016). La privación de la libertad implica que, como muchos otros aspectos de la vida del interno, las cuestiones del cuidado se deban configuran como fenómenos de interacción social completamente nuevos, pues la atención inmediata y la proximidad física que generalmente se asocian al cuidado se ven limitadas, así como el acceso a ingresos y medios materiales a con los cuales una persona puede proveer a sus seres queridos. La cárcel implica, entonces, que los internos deban flexibilizar sus relaciones familiares basadas en el cuidado, reemplazar el contacto físico, el afecto y la inmediatez de la atención por llamadas y visitas ocasionales, los regalos materiales que conseguían en cualquier comercio por regalos fabricados a mano con los materiales que encuentran en los patios y en los talleres, los aportes económicos que mantenían a sus familiares y allegados por dinero que logran conseguir a través de los pocos negocios que pueden hacer durante su tiempo en reclusión. En algunos casos, internos que perdieron cercanía con sus familias y seres queridos una vez entraron a la cárcel deben incluso direccionar esos cuidados a otros seres o formas de vida que encuentran en su entorno, como hizo Brayan con sus plantas.


¿Cómo no dejarme «morir en cana»?

“Acá no vivimos gracias al arte pero sí sobrevivimos gracias al arte”

-Daniela Morales

En muchas ocasiones, los encuentros con los internos consistían, más que en preguntas específicas para las entrevistas o ejercicios de creación artística basados en conversaciones previas, en la revisión de ilustraciones hechas de manera espontánea. Una de las ilustraciones ‘espontáneas’ que llamó mi atención fue la que Abelardo tituló “prohibido morir en cana”.

Ilustración de Abelardo López. “Prohibido morir en cana”.

Consistía en la representación de los privados de la libertad dispuestos en fila para ser contados, una actividad que se repite en los patios hasta cuatro veces en un solo día: a primera hora en la mañana, a últimas horas de la tarde, y en la llegada de los internos al patio después de las dos jornadas de los talleres de resocialización. Estas figuras humanas dispuestas en fila conforman una calavera, que en palabras de Abelardo “es la representación de como le decimos a la cárcel: el cementerio de los vivos” (Entrevista a Abelardo 2023). El tiempo en reclusión, entonces, es en muchos casos visto como un momento de pausa en la vida, de suspensión de la línea temporal que se compone de las experiencias de una persona. El tiempo en privación de la libertad se asume en muchos casos como una etapa que los reclusos están listos para borrar una vez salgan, es además un tiempo de entumecimiento absoluto, un tiempo de la vida que se encuentra entre paréntesis, pues “no podemos trabajar, muchos no podemos ver a nuestras familias, no podemos salir de estas cuatro paredes, estamos muertos en vida” (Entrevista a Abelardo 2023). Se trata de una etapa en la que las personas privadas de la libertad suelen aferrarse a cualquier elemento que los conecte tanto con el presente como con la vida fuera, ya sea Dios, sus familias, la lectura, el arte. Cualquiera de estos elementos se convierte en un recurso necesario para que el interno logre asegurar su supervivencia mientras está recluido, porque “una de las reglas más importantes de la cárcel es que está prohibido morir en cana, suicidarse no es una opción, hay que aguantar, hay que aprovechar este tiempo al máximo para salir como hombres nuevos” (Entrevista a Abelardo 2023).

Fue así como comencé a acercarme a una nueva categoría que daba luces acerca de los valores que diferentes internos han atribuido a los talleres de resocialización y en especial los que involucran algún tipo de lenguaje creativo. Cuando comencé a hablar de la expresión “prohibido morir en cana” con otros internos, me di cuenta de que se trata de una visión generalizada o, si se quiere, una norma ya establecida en el centro de reclusión. Brayan, de hecho, me comentó, “por más de que el encierro sea lo peor que a uno le ha pasado, por más de que perder la libertad se sienta como un duelo, es importante encontrar algo que a uno le ayude a sanar, a sanar esas peleas que uno tiene con los que lo metieron acá, a sanar esas peleas que uno tiene con uno mismo, a sanar con Dios y con el resto del mundo. Ese algo que yo uso para sanar y no morir en cana es el arte” (Entrevista a Brayan 2024).

Ilustración de Brayan Durán. “El proceso de sanar”.

Para Brayan, el arte es una forma de terapia, una forma de encontrar tranquilidad al ocupar su tiempo, una forma de sanar y alejarse de las actitudes violentas que lo condujeron a llevar una vida en el delito: “Para mí quien delinque no está sano, y debe encontrar la manera de escucharse a sí mismo, de hablar con su mente y encontrar las razones de por qué hizo lo que hizo. El arte me permite eso, recordar mi pasado y mi sufrimiento y también imaginarme un futuro en paz” (Entrevista a Brayan 2024). De esta forma, los espacios de creación que propician el taller de Arte y Cárceles han sido para Brayan una oportunidad para encontrar paz interior, y al mismo tiempo encontrar la forma de expresar esa paz fuera de sí mismo, a través del perdón.

Al mismo tiempo, Iván me comentó cómo antes de entrar a la cárcel sacaba su parte artística para hacer algo distinto después del trabajo, pero ahora, en su tiempo en reclusión puede acceder a sus emociones a través del arte: “dibujar y escribir me recuerda a mi niñez y a mi juventud, me recuerda lo que sentía, pero también me hace poner en palabras o en imágenes lo que siento ahora. El arte me recuerda lo que era mi vida y al mismo tiempo me hace soñar la vida que espero tener” (Entrevista a Iván 2024). De esta forma, los espacios de creación que propician el taller de Arte y Cárceles han sido para Iván una oportunidad para expresar sus sentimientos, canalizar sus emociones y acceder a los anhelos que tiene frente al futuro a través de procesos de imaginación y auto-reflexión.

Por su parte, Mario me comentaba sobre cómo, para él, el poder del arte estaba en la posibilidad de recordar esas cosas que le hicieron daño en su niñez para así poder sanar el adulto que es hoy. Recordando su experiencia en la URI de San Cristóbal, Mario comentó que estaba rodeado de mucha droga, y que no había nada con qué entretenerse. Semanas después, Mario logró conseguir un esfero y una hoja, y comenzó a dibujar, llamando la atención de sus compañeros: unos querían aprender a pintar como él, otros querían tatuarse sus ilustraciones, otros solo se entretenían viéndolo pintar. Él comenta que desde ese momento dejó de pensar en hacerse daño o acabar su vida, “me di cuenta de que mis compañeros me admiraban, y de que ahora tenía un propósito: enseñarles y acompañarlos en su proceso de sanación, no era solo yo el que no podría morir en cana, también ellos, y si era a través de mis dibujos, pues yo estaba contento con eso. El cambio que genera el arte puede ser directo o indirecto, la persona en el fondo llega a reflexionar y comienza un proceso de transformación, ve su realidad distinta, canaliza la tensión de sus pensamientos” (Entrevista a Mario 2024).

Ahora, lo que los internos explican respecto al uso de lenguajes creativos como vehículo para canalizar las emociones, sanar pasados dolorosos, incentivar espacios de autorreflexión y reflexión conjunta, así como el poder que estos tienen de ofrecer posibilidades de apertura hacia el futuro, se relacionan en gran medida con el uso deora y que se asocia, más bien, con un concepto pedagógico. Por esto, considero de suma importancia ver este taller como un espacio educativo en lugar de resocializador, pues solo así será posible el reconocimiento del derecho a la redención, a la audibilidad y a la palabra de las personas privadas de la libertad.

Este trabajo me ha permitido ver que cada persona que hace parte del taller de Arte y Cárceles es un autor de lo social, pues ha logrado dar a su vida en reclusión un nuevo significado frente a lo que fue su pasado, a lo que es su presente y a lo que quisiera que fuese su futuro. Cada uno, por medio de los valores distintos que han dado a esta actividad, han demostrado que el arte y la pedagogía no sólo tienen cabida en un espacio de reclusión, sino que son indispensables para la vida de los internos. El taller de Arte y Cárceles y esta investigación, entonces, no solo me recuerdan de mi devenir en el espacio, de las personas y los proyectos que pudimos desarrollar, sino que también me dio pie para explorar de manera conjunta los alcances de un proyecto expresivo a varias manos en el que, a pesar de que los uniformes, los rostros y las historias de estos talentosos individuos cambian, siempre quedará plasmado en el papel, las paredes y los barrotes un lenguaje creativo ascensional, catártico y liberador.

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