Poeta e investigador transdisciplinar. Doctor en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona. Investigador Nacional Nivel 1 del Sistema Nacional de Investigadores de México.
Actualmente trabaja sobre tres líneas de investigación entrelazadas: subjetivación en espacios de encierro, métodos cualitativos y dispositivos de campo; y sociología del arte y estetización de la vida cotidiana.
Sobre la visita de Pablo Hoyos al curso de Arte y Cárceles
Pablo Hoyos habla del oficio artístico en torno a lugares de encierro y castigo.
“El paisaje de mis días parece estar compuesto,
como las regiones montañosas,
de materiales diversos amontonados sin orden alguno.
Veo allí mi naturaleza, ya compleja,
formada por partes iguales de instinto y de cultura”.
Memorias de Adriano, Marguerite Yourcenar
La visita de Pablo Hoyos al taller de arte y cárceles de la Universidad de los Andes se vivió como un extraño fenómeno de lluvia bajo techo. Este Doctor en psicología social empezó la charla diciendo que estaba ante nosotros a pesar de que un día le cayó un rayo en la espalda. De ahí en adelante se sintió como que todo lo que decía Pablo, con acento de español que lleva mucho viviendo en México, trajera rayos, truenos y brisas de autores del arte y las ciencias sociales que él combinó en su nube para intentar explicar por qué o para qué hace arte en cárceles.
—Empecé siendo académico pero yo quería ser artista.
Con esta confesión inició a contar que lo suyo era la poesía y que por azar le invitaron a dar talleres en una cárcel mexicana. Luego recordó que en las paredes de la primera sesión aterrizó una mosca y que, como todos la miraron, Pablo la usó de pretexto y detonante para invitar a pensar poéticamente en aquel taller encerrado. La fricción entre su instinto y su cultura lo llevaron a concluir que lo que estaba haciendo en esas cárceles eran “anti-talleres”. Pablo contó que se sentía ahí como el Maestro ignorante de Jacques Ranciere al ver cómo la gente aprende sin que él transmita “nada”. Sus alumnos independientes empezaron a crear. Por estas conclusiones la universidad que intermediaba el taller le puso un vigilante a sus sesiones.
La anécdota y este concepto de ir con arte a los lugares de encierro y solo estar, dejar que las cosas pasen a través de “anti-talleres”, dio pretexto a quienes escuchábamos a Pablo en Uniandes para pensar en la máscara que el o la artista debe sostener ante las instituciones. Las dinámicas humanas que se generan alrededor de la vigilancia y el castigo difícilmente conciben que las personas penadas hagan “nada” a través del arte.
—Hablando de “nada”, de esos anti-talleres salió un libro escrito por los privados de la libertad llamado “La vida no decide sola”. Lo llamamos así por el nadaísta Gonzalo Arango.
Pablo hace este apunte, se ríe duro y se calla inmediatamente como si alguien le presionara un botón que le deja incompleta la carcajada. Lucas Ospina, director del taller en Uniandes, expresa su frustración porque este semestre no hemos podido ir a la Cárcel Distrital a realizar las visitas que le dan sentido al taller. Sesiones en la biblioteca de la cárcel en las que se comparte con los presos y se les acompaña en sus proyectos artísticos. Las instituciones necesitan más tiempo para que las visitas sean posibles. Esto es así aún para Lucas que lleva más de diez años en el proceso.
—Es paradójico que nosotros estamos afuera con cierta frustración y nostalgia por no poder entrar a la cárcel mientras allá adentro hay gente queriendo salir. ¿Tú cómo haces para lidiar con todo lo institucional necesario para trabajar con arte y cárceles?
Pablo responde a esta pregunta de Lucas con una anécdota que le obliga a caminar y moverse como una paloma. En resumen: Los directivos de un penal le invitaron a comer y le pidieron que les ayudara a decorar un reinado de belleza con un mural hecho por las mismas internas. Según cuenta, lo primero que se le pasa por la cabeza a Pablo es pararse de esa mesa y señalar el disparate con sus palabras menos amables. Pero, en vez de eso, respira y piensa que como el contenido del mural se lo dejaron libre, hay otra oportunidad de entrar a hacer “nada”, a dejar que las cosas pasen.
—Con el paso de los años en esto empiezo a pensar en el testigo modesto como dice la Haraway.
Pablo se refiere a Donna Haraway, una filósofa estadounidense que en su obra sobre el testigo modesto dice que no hay observadores neutrales, sino perspectivas enredados en contextos específicos. Para la construcción del mural, recuerda nuestro interlocutor mientras camina como un ave, que las reclusas miraron a una esquina del patio y vieron que dos palomas negras caminaron un rato y alzaron vuelo hasta perderse en el cielo. Ese cielo que para ellas era un muro más. Por eso el mural son dibujos libres sobre fondo azul cielo.
En sesiones pasadas del taller, Lucas nos ha dicho que cuando veamos a las personas que están en la cárcel dibujar o escribir, las miremos bien porque en ese momento esas personas están siendo libres de verdad. Al observar y escuchar cómo Pablo Hoyos desgrana todo lo que ha hecho, las lecturas que le han influido, los costos personales que ha asumido y lo que piensa hacer en su tercer posdoctorado, enfocado en las familias de quienes están privados de la libertad, pienso en que de alguna manera quienes queremos resolver asuntos de la vida a través del arte o hacer de la vida una nada artística, tenemos que aceptar también el encierro de algunas máscaras. Tergiversando lo que dice Lucas, tal vez la gente debería mirarlo bien a uno porque en el arte nadie está muy libre.
La verdad no creí lo del rayo, pero en la presencia de Pablo sí sentí los pedazos de un artista que arma sus días con las cosas que se aprenden en la calle y en los libros. Gran parte de su obra está consignada en www.pablohoyos.com Su trabajo, sus anécdotas y el tras escena de sus creaciones fueron una gran tormenta. Varios salimos empapados esa mañana.
—Robinson Tamayo B.
Escuchar, crear y transformar
Cuando pensamos en intervención en poblaciones vulnerables, Pablo mencionaba que a menudo caemos en la trampa de definir sus necesidades desde afuera, sin escuchar lo que realmente desean o buscan. Esto debido a que el enfoque tradicional impone soluciones basadas en diagnósticos realizados por personas externas, que verdaderamente no se encuentran viviendo la situación en carne propia, pero ¿qué sucede cuando nos quitamos del centro y empezamos a atender al otro desde su propio deseo?.
Cuando hacemos referencia a hacer algún tipo de intervención, no se debe tratar solo de visibilizar a estas poblaciones, sino de construir junto a ellas, de crear desde el dialogo que nos permite descubrir que es lo que les apetece, que es lo que verdaderamente quieren hacer, más no que estaría “correcto” o que creemos que les podría ayudar. En el contexto de las prisiones, por ejemplo, los talleres artísticos permiten abrir una puerta que no se basa en la imposición, sino en la pregunta: ¿qué quieres hacer? ¿qué te mueve?. Esto cambia de manera drástica la relación con las personas privadas de la libertad, dejando de tratarlas únicamente como sujetos a corregir, y más bien permitiéndoles ser sujetos que crean, que dialogan, que construyen.
Del artículo “Las actividades extraescolares en el medio penitenciario” que se encuentra en la página de Pablo, pude inferir que el arte permite una flexibilidad que otras formas de intervención no tienen. En lugar de imponer modelos rígidos de reinserción o rehabilitación, abre espacios donde los participantes pueden explorar su identidad y su deseo. Este enfoque respeta la autonomía de quienes están en situaciones de encierro y les ofrece herramientas para hablar en sus propios términos.
Pude relacionar lo anteriormente mencionado con nuestro curso de Taller de Arte y Cárceles ya que es un curso por medio del cual realizamos una intervención en de reclusión a través del arte. Por lo que, es esencial generar un diálogo con personas privadas de la libertad, escucharlos y apoyarlos en aquellos proyectos que les apasionan y les despierta un lado creativo y pasional por aquellas cosas que disfrutan. Las artes nos enseñan a preguntar antes de proponer, y a acompañar, no únicamente a dirigir. Si realmente queremos intervenir de una manera significativa, debemos aprender a construir con, y no solo para.
—Natalia Suárez
Familias encerradas
Cuando alguien es condenado a prisión, la sociedad suele asumir que la sanción recae únicamente sobre él. Su nombre aparece en expedientes judiciales, su foto en registros penitenciarios y su cuerpo queda recluido en una celda. Sin embargo, lo que rara vez se menciona, es que la pena se extiende fuera de la cárcel, afectando a quienes permanecen afuera: las familias. La privación no se limita al cuerpo físico ni a la libertad individual. La prisión se convierte en un arma que deforma las relaciones con quienes rodean a la persona que es encerrada.
La madre que cada semana viaja horas para ver a su hijo entre vidrios gruesos y teléfonos intervenidos. La esposa que asume sola la carga económica y emocional del hogar. Los hijos que crecen con la sombra de un padre o una madre ausente, escuchando sus voces en llamadas de pocos minutos. Todos los convictos son seres dentro de un sistema familiar que también queda paralizado y afectado con la sentencia.
Y es que no es simplemente el hecho de estar encerrado y con poco contacto con los suyos. Son los ritos de sometimiento a los que están sujetas cada interacción en estas relaciones que luchan por sobrevivir. La visita a la cárcel, no es solo un acto de reencuentro, sino un proceso de sometimiento: cuerpos inspeccionados, tiempos regulados, palabras restringidas. Se vuelve insostenible tratar de construir o mantener una relación con estos formalismos que despojan a los encuentros de espontaneidad y afecto genuino. Es tan opresiva esta situación que ni siquiera la relación se da en libertad, sino bajo la vigilancia de un sistema que decide cómo, cuándo y de qué manera pueden comunicarse. El problema de las relaciones ya no es simplemente un tema de la separación física de los cuerpos
—Valentina Dávila
