Vista desde otra acera: miradas sobre la Cárcel Distrital

En esta entrada hay enlaces para ver dos documentales sobre la Cárcel Distrital. Ambas piezas audiovisuales son narradas por una persona de otro país que aterriza por unos días en esta prisión para narrar lo que ve y luego darlo a conocer en otros lugares, otros países y extraer esa información, sin extenderse mucho en el tiempo y en el trabajo que demanda una mirada compleja y de largo aliento. Por el acceso que tuvieron a los diferentes espacios de la prisión, a los patios, a entrevistar a las personas privadas de la libertad que encontraron y al personal de la cárcel, ambos documentales nos pueden dar una información adicional sobre la vida carcelaria y pueden servir de contraste para esa breve vida que compartimos semana a semana del semestre académico en nuestras visitas que se limitan al espacio de la Biblioteca Pública de la Cárcel Distrital. Los enlaces se complementan y contrastan con textos de personas del Taller de Arte y Cárceles de la Universidad de los Andes escritos luego de ver los documentales, antes y después de diferentes visitas a la cárcel.

Véalo aquí > https://ok.ru/video/1220122577411 o en Netflix > https://www.netflix.com/co/title/80116922



¿La violencia se enfrenta con violencia?

Inside the world’s toughest prisons es un documental original de la Plataforma de Netflix protagonizado por Raphael Rowe, un actual periodista que fue condenado por un crimen que no cometió en Reino Unido. A través de 23 capítulos muestra las condiciones, sistemas e instalaciones de diferentes cárceles del mundo. El capítulo 2 de la tercera temporada corresponde a la Cárcel Distrital, ubicada en la ciudad de Bogotá, con alrededor de 900 personas privadas de la libertad. Un documental poco usual, en una plataforma como Netflix, hace juzgar de forma preliminar que los relatos van a estar realizados bajo algún tipo de guión pero al iniciar el capítulo el único pensamiento recaía en la valentía de Raphael Rowe para someterse continuamente a tratos humillantes únicamente para explicar de la forma más cercana y genuina la vida dentro de las cárceles. Las instituciones visitadas por el periodista están clasificadas dentro de las prisiones más difíciles del mundo y las personas condenadas inmediatamente adquieren un estigma en la sociedad. Usualmente, debido al dolor que ocasionan los delitos, uno trata de olvidar voluntariamente que las personas condenadas son humanos, posiblemente también para ignorar los tratos denigrantes que viven día a día. La misión de Raphael Rowe es justamente volver a humanizarlos, mostrar las diferentes realidades y consecuencias a las que se enfrentan los privados de la libertad.

Teniendo en cuenta lo anterior, es fundamental destacar que a en la teoría, el proceso penal tiene intrínseca la palabra violencia y es necesario encontrar un balance para  proteger a ambas partes, tanto a las víctimas como a los victimarios. Racionalizar hasta el punto que el castigo sea adecuado para la persona encontrada culpable y suficiente para la persona que sufrió el daño. La racionalización del proceso y la sanción penal tienen el fin de resocializar, es decir, que la persona una vez cumpla su condena tenga las herramientas necesarias para poder reintegrarse a la sociedad con todas las obligaciones y derechos que eso conlleva. El problema recae en el hecho que tanto en el episodio de Inside the world’s toughest prisons como en el documental de Free Documentary World’s Toughest Prisons: Carcel Distrital, Bogota, Colombia, podemos concluir que los mecanismos para implementar oportunidades que permitan la resocialización están prácticamente opacados por la presencia de drogas, violencia y sistemas jerárquicos fuera de lo institucional. 

Ahora bien, es irónico ver las supuestas garantías que la cárcel afirma darle a las personas privadas  de la libertad. Repetidas veces se describen programas y beneficios que se tienen en la cárcel, como la atención psicológica, grupos de apoyo, actividades educativas e incluso espacios de cuidado personal como herramientas de resocialización. Es cuestionable que a pesar de que en el papel existan todos estos derechos, la realidad que muestran las personas privadas de la libertad es otra. Es de destacar que las drogas son una de las problemáticas más impactantes en las cárceles y las personas entrevistadas demuestran que no están siendo tratados para combatir la adicción. Además, los espacios que se tienen estipulados para cuidado personal, como lo son actividades físicas, duchas y alimento tampoco se respetan en su totalidad. Un ejemplo de lo anterior, lo vemos con el confinamiento en solitario de uno de los condenados, pues, a pesar de estar aislado por su protección, se le elimina cualquier tipo de derecho y oportunidad para ejercitarse o cambiar de ambiente. Esto resalta las discrepancias entre la teoría y la  realidad de las normativas en la cárcel porque uno de los funcionarios de la Distrital afirma que se le garantizan esos derechos pero el implicado los desmiente. Teniendo en cuenta lo anterior, el control y las normas establecidas en las cárceles son muy estrictas pero no demuestran tener la efectividad adecuada para cumplir con la finalidad de la pena.

Por otro lado, trayendo a discusión la teoría de la Banalidad del mal de Hanna Arendt, considero importante entender, no a modo de justificación, que la mayoría de las personas que aparecen en los documentales vienen de contextos sin ningún tipo de oportunidad, educación o recursos. Una gran parte de la población vive dentro de un contexto en donde se normaliza y banaliza el mal. Crecer viviendo y viendo violaciones, hurtos, homicidios, entre otros delitos y entenderlos como la cotidianidad hace difícil pensar que en algún momento, previo a ser atrapados y condenados, se tuviera plena conciencia de que era una forma errada de actuar. Sin la oportunidad de alejarse de ese entorno, casi predeterminado, hace concluir que el sistema no solo falla al no encontrar el balance sino que le falla a las personas que no tienen la posibilidad de entender que existe una vida diferente antes de cometer el delito.

En conclusión, las cárceles deben servir para dos cosas primordialmente. Por un lado, darle la justicia a las víctimas que sufrieron por los actos de los victimarios y, por otro lado, darles otra oportunidad a los presos, hacerles entender que la violencia y sus costumbres no son el camino. Ahora bien,  si no se desnormaliza la violencia al entrar en un sistema carcelario donde solo reciben un trato reiterado de lo mismo a través de condiciones inhumanas ¿cómo se espera un cambio real?

—Sabina Zorio

 Referencia

Free Documentary. (2022) World’s Toughest Prisons: Carcel Distrital https://www.facebook.com/FreeDocumentaryOfficial/videos/1151452085664262/?app=fbl

Netflix. (2022). Inside the world’s toughest prisons. https://www.netflix.com/watch/80194280?trackId=14277281&tctx=-97%2C-97%2C%2C%2C%2C%2C%2C%2C%2CVideo%3A80116922

Arendt, Hannah. (1999). Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la Banalidad del mal. https://maytemunoz.net/wp-content/uploads/2016/10/arendt-hannah-eichmann-en-jerusalen.pdf

Metro cuadrado (2018). Así es por dentro la Cárcel Distrital de Bogotá. https://www.metrocuadrado.com/noticias/arquitectura/asi-es-por-dentro-la-carcel-distrital-de-bogota-3453/


Sentimientos de película

Aparte de unas excepciones, cuando veo películas por Netflix, ficción y documentales, de alguna manera tengo un sentimiento que veo solo una película. Caras y ubicaciones cambian, pero el efecto emocional que parecen provocar es casi el mismo.

De modo parecido, cuando escucho la narración en su documental sobre la Cárcel Distrital de Bogotá, me siento como casi si viera un episodio de Top Gear. Todas las personas enuncian frases banales y esperadas. Todo que pasa parece sometido a exageración de exotismos que pueden gustar a un ojo occidental. Durante toda la duración ambas partes —el presentador y los internos— fingen poder entenderse, a pesar de que es claro que no entienden la idioma de la otra parte. Algo que es especialmente grotesco en la escena en la cual simulan una amenaza de daño con cuchillo, que no me parece muy probable con un camarógrafo y un intérprete en la misma jaula. Creo que de hecho los internos cooperan y trabajan en su CVs carcelarios. El episodio concluye con una frase pegajosa de que “las cosas no mejorarán hasta que Colombia aborde su propio problema de drogas”, una sentencia que omite un hecho obvio: no es el consumo nacional lo que ofrece un incentivo económico a las bandas narcotraficantes —los que están en la cárcel no son más que peones de poca, una población dependiente de las sobras de producción de cocaína para las necesidades del Norte rico.

El otro documental da una imagen más creíble. La sociedad parece tan caótica como jerárquica, con contrabando común de drogas y todo tipo de cosas. Se presentan también varias armas que se han reclamado de los reclusos, que me da un poco de sentimiento ansioso. Pero parece que muchos presos tienen una motivación fuerte de alcanzar la libertad más temprano por buen comportamiento y se como una “buena gente” que se encontró en circunstancias desfavorables (una expresión con la que la gente frecuentemente suele hacer esfuerzo para identificarse cuando hacen algo malo). Un poco inquietante, un poco emocionante —los dos sentimientos intento a controlar— no puedo negar que este país se ve muy diferente a todo que conozco, pero el objetivo es encontrar las personas.

—Jakub Michal Bolewski


Primera reflexión sobre las visitas a la Cárcel Distrital

De la extremaunción y la identidad

La llegada a la cárcel es un rito. Está regulado in extenso en el reglamento del penal, pero someramente busca delimitar en la conciencia del individuo el momento preciso de su rendición. Algunos hacen parte de esta ceremonia en calidad de indiciados por la comisión de un delito, mientras que otros —menos, para ser exactos, muy pocos— participan a título de condenados tras un veredicto de culpabilidad. Todos anticipamos que el paso de la libertad a la privación de ésta provocaría una transformación de quien es sujeto al más intenso de los poderes estatales, pero después de conocer y conversar con personas recluidas en la Cárcel Distrital he observado que va más allá: ocurre al mismo tiempo una renuncia y una adopción, o dicho de otra forma, se deja de ser y se pasa a ser parte.

Me ha sorprendido que en la cárcel, el lugar estático por antonomasia, nada es definitivo. Un recluso puede pasar de un centro penitenciario a otro en cuestión de horas y sin motivo aparente, otro puede que no vaya a dormir en la misma celda en que despertó, en un minuto puede estarse dibujando y al siguiente con las manos detrás de la espalda mientras un perro lo olfatea en busca de drogas. Y aun con esta certeza, con la tribulación constante de saberse encerrados y con el incesante sentimiento de derrota, los presos aspiran a ser algo más que personas privadas de su libertad, desde el momento en que cruzan las puertas de la cárcel. Esa aspiración es tan íntima como pública y cualquier observador interesado podría percibirla, en parte porque es la misma que tenemos quienes sí tenemos la certeza de que dormiremos en la misma cama de la que nos despertamos. Es, en suma, una vocación de individualidad que se manifiesta en directa contradicción con la uniformidad que define a la cárcel y, en particular, a la Cárcel Distrital de Bogotá.

Por último, decidí nombrar este escrito con la palabra extremaunción porque identifico una semejanza entre este sacramento y una acción que ocurre durante el proceso —o rito— de ingreso a la cárcel. Este acto, que es además definitorio de la pérdida de derechos que comporta la pena privativa, consiste en cortar el pelo del detenido dejando al descubierto la coronilla y la nuca. Es en ese momento en el que concluye la dualidad entre renuncia y adopción y se pasa a ser parte de una clase a la que pocos pertenecerían voluntariamente, como son los muertos para los vivos.

Segunda reflexión sobre las visitas a la Cárcel Distrital

Sobre las palabras que usamos para nombrar la cárcel

No es un no-lugar, como afirman algunos. Es el más vívido de los lugares. Y esa definición comporta una contradicción esencial: vívido, que significa que se vive con fuerza y claridad, aún cuando en el lugar al que se va a morir un poco. Dadas las condiciones en que discurre la vida de las personas privadas de la libertad en Colombia, la cárcel adopta un significado adicional, perverso: es el método por medio del cual la sociedad colombiana ha burlado la prohibición constitucional a las penas de destierro y muerte.

Disiento también de quienes afirman que en la prisión se priva —en sentido absoluto– de la libertad. Considero que si bien ocurre una suspensión total de la libertad de movimiento, lo mismo no sucede con la libertad de pensamiento, que se limita sustancialmente pero pervive sorteando las intensas restricciones del penal. A partir de mis conversaciones con personas privadas de la libertad en la Cárcel Distrital de Bogotá, observé que hay al menos un aspecto respecto del cual los presos conservan la libertad de elegir: la facultad de rendirse. ¿Rendirse ante quién? ¿Y por qué? A mi juicio, ante un sistema que tiene por objeto y como propósito deshumanizarlos durante el tiempo en que sirven su condena. Esa pena, que no está escrita, es arbitraria, pues no está prevista en la ley; injusta, por cuanto no atiende a ninguno de los fines de la pena; cruel, en tanto requiere de la privación efectiva de la libertad para consumarse; irrazonable, dado que contribuye a distanciar a los privados de la libertad de un futuro en sociedad e impide el aprovechamiento del tiempo en suspensión al que les han obligado; y por demás inhumana.

—Pablo Ceballos Navas (201911992)


Conocimiento carcelario

Epistemes carcelarias. La pistola o la mujer o lo que quiso, romper una ventana y arder llamas nocturnas de fuego, libertad absoluta por encima de la ley de papel, hacia sol.

Nunca olvidaré el primer vislumbre de lentísimo y espirado sol, un espejo de los prisioneros de Van Gogh en carne y hueso. Sólo encontrarme en este sitio con humanos, y ver en el origen trágico de su arte la simple necesidad de entender el mundo que inaugura todos y el mío. Querer pintar/dibujar por pintar/dibujar, por hacerlo, por necesidad, para pasar el tiempo, para volver a la leche del sol. Qué injusticia la lluvia en los patios, pero tantas cosas que sus bocas mismas llaman justas, por espejo a la modelo, monstruosa y caminante, de carne acumulada entre dientes de concreto horrible, inimaginables horrores para quienes por la suerte del azar hemos vivido lejos de eso, lejos de que lo que rodea al cono de luz — violencia sea la norma roja de su luz. Escritura y altura destrozados en un acto de libertad, romper una ventana, tirar una botella, de fuego. Espejo también se hace en las altas clases de esa locura de violencia pero en secreto con las nubes, yo igualmente lejos de eso, aún con ellas ovejas blancas distantes y curvada mi matriz de cono de luz, (a un problema biológico) esa violencia biológica escondida en las bocas de la nube, lejos, arriba, lejos de mi en el estrato 34, techo de techos, de ondas aéreas de gritos horribles en promesas destruidas de felicidad pero con frecuencia menor muchísima comprada a los escombros vivientes de la colonia, del subsuelo de sangre del continente que al fuego y al agua ha de volver, en algún torcido proceso de la historia con alas.

¿Pero entonces qué suerte es esa? ¿por qué sólo puedo hablar en escondido para decir verdades entre flores de fuego y números tontos sin sentido, la esquizofrenia de la ciencia en su verdad de locura excluyente, pero de que encontraron algún triangulo negro que ha nacido? Hay un preso que no he conocido y yo en los experimentos de la meditación con timidez algún dedo he sumergido, pues caí en sus trampas del ego. Pero el puede ayudarme. Aquí, dentro de la cárcel, puedo dialogar con poetas epistémicos del cuerpo de la vida y de la vida del cuerpo, de volver al primitivo experimentar de los sentidos para dejar conocimientos aquí adentro, estáticos y descansando infinitos… ¿por qué será tan imposible cruzar la cortina?… Supongo que en medio de todo tampoco somos libres afuera, ese no es el punto.

Que tuvieran más contacto con la vida cotidiana musicalizada, como tal vez antes de la colonia. Aún estamos colonizados y la mayoría de los PPLS han vivido el horrible tsunami de ladrillo de eso bañado en piernas y sangre dentro del cono de luz, dentro de lo que ven los ojos mientras se tuercen en el fuego del tiempo. Pero yo veo que ellos se rehabilitan. Por no decir sus nombres. Tantos buscan a dios, en tan adversa situación producto de torciones en caminos raros igual vuelven al origen de la luz en sus mentes. Se rehabilitan, unos llenos de espiritual frescura, como los aires de mi mente alrededor enfriando. Como un túnel de gerundios violentos sus ojos. Mil y un historias de ese tipo en el tiempo de la clase, para mirarle los dientes de madera de la historia que aún ven mil y un atardecerse en la luz de durazno que cambia al oro en leche nocturna. Donde sólo pueden vivir algunos ¡si la sociedad tuviera juegos de luna!

¡La mala policía! Pero también humanos… pero ¡la mala policía! ¡la camiseta sucia sin ¡blancox! ¡o blanquita-oxímoron la esclava casera quitamanchas! La privada libertad de la noche que pone al lobo en las estrellas bravo bailando ardiendo sin sus libertades, la confluencia vertical de tiempos coloniales que nos pesan en la espalda. La joroba en mi pecho que me obstruye el diafragma vegetariano que somatiza la sombra de los verdes hojas-humos. El tiempo de algunos de mis ancestros también ofendido. Pero más de cerca la violencia heredada la vivieron ellos, de los tiempos y del ojo de cielo con piel de ardiente submundo con ¿todo el tiempo del mundo? Sin tiempo ha de ser el sitio, eternidad absoluta entre eso que nos une y nos divide entre espejo y ventana, extraño objeto, la rama de vidrio hermanada del cielo absorbente. No seré el primero en decirlo, no juzgar es un lento proceso, una especie de ápice para quien con claridad ve, de mi muy lejos y, si bien no juzgo evitar no puedo preguntarme por los delitos del horizonte mareado con que converso en lentitudes, máquinas del tiempo sin duda, algunas de esas naranjas tan interesantes, me quiero comer sus imaginarias naranjas, sus imaginarias papas criollas, sus azules telas de agua-mente mestizas— que triste que aún hoy tanta mente crea que su sangre ha de ser purificada, literal-metafórica-simbólica-o-irónica mente, que falte la semilla para que crean en sus mentes y en sus vidas, aquellos que sólo son ruina después de ver la luz compartida del gran agua, ese sol de aguas negras.

—Pedro Arango


Mi mente en la Cárcel Distrital  

La Cárcel Distrital ha sido mencionada en diferentes producciones audiovisuales como uno de los centros penitenciarios más difíciles y es reconocido por su rigurosidad, violencia, drogas e incluso requisas abusivas. Teniendo esto en mente, entrar a la Distrital no es un atractivo al que las personas aspiren día a día. Es por eso que el taller “Arte y cárceles” genera un espacio para aportar, aprender y salir de la zona de confort.  

Bajo un punto de vista general, cuando se piensa en un espacio penitenciario, pocas veces llegan a la cabeza aspectos positivos. Usualmente se relaciona con controles estrictos, guardias fríos, poca luz y peligro. Estas percepciones fueron, inicialmente, las que capté al llegar a la cárcel. 

En la puerta principal está el primer control, formado por un guardia y una lista en donde debe aparecer el nombre de la persona que va a ingresar con la cédula correspondiente. Una vez se cierra ese portón de metal se siguen las requisas de seguridad, consistentes en registro de datos y de objetos que se ingresan. La Cárcel Distrital, al tener la zona administrativa separada de los pabellones, requiere un doble control, pues, para pasar de un lado al otro debes adquirir un sello y una ficha específica. Hasta este punto no es nada inusual a lo que uno esperaría de un control para entrar a una cárcel. Es posible que en la primera visita uno trate de analizar todo, hasta el punto de querer memorizar cada aspecto que se ve, huele y escucha. Los puntos de colores en las puertas, la ausencia de chapas, de ventanas, el constante sonido de las llaves golpeando a los guardias mientras estos se mueven y un ambiente pesado por la poca circulación de aire son detalles que hacen que esa primera imagen  negativa no cambie en lo absoluto. La angustia aumenta cuando el perro se acerca y toca pasar por cada uno de los -varios- detectores, pues, son señales que cada vez se está más cerca de tener el primer contacto con las personas privadas de la libertad. 

Tener una formación académica derivada del derecho en este tipo de contextos puede generar diferentes tipos de ideas. En mi caso, mi mente me jugó en contra. Pasar por los pabellones, sentirse observado y entrar a la biblioteca a ver varias personas uniformados de naranja te aterriza. Cada delito, caso y pena vista en clase se empieza a ver reflejado en un espacio concreto. Hasta este punto, lo único que podía hacer era tratar de especular y, lastimosamente, juzgar a cada una de las caras con las que hacía contacto visual. No fue nada fácil dejar de lado los prejuicios que mi mente estaba haciendo, pues, hasta ahora toda la experiencia se había adaptado justamente a la imagen donde la Cárcel Distrital no era más que el espacio para mantener a las personas que representan un peligro para la sociedad. 

Minutos antes de empezar la sesión quería irme, el espacio pequeño, sin ventanas y con un ambiente pesado no dejaban que mi mente parara de pensar en lo peor de cada una de las personas ahí presentes. Solo fue hasta que empezaron a explicar la actividad y nos invitaron a leer el muro, donde estaban diferentes experiencias de las personas privadas de la libertad, que volví a entender el motivo de mi visita. 

Durante la jornada me quedé hablando un mismo grupo de personas que estaban cerca de la puerta y la conversación fue bastante fluida. A pesar de ser la primera vez que me veían, me contaron sus gustos, los proyectos en los que estaban trabajando e incluso diferentes experiencias que habían vivido. Ver el talento y gusto que tienen por el arte o la música me permitieron cambiar esa idea inicial, que hoy en día me molesta haber tenido, por una donde veo a ese grupo como personas talentosas, divertidas y luchadoras. 

Querer volver a pasar tiempo con el grupo en la biblioteca me hizo sacar un par de conclusiones. En primer lugar, me convenzo cada día más que es indispensable seguir promoviendo actividades y oportunidades para la resocialización de las personas privadas de la libertad. Las cárceles son espacios difíciles y sin este tipo de espacios, donde se les da un trato digno y esperanzador, es poco probable que esas personas puedan tener una segunda oportunidad. En segundo y último lugar, me sigo cuestionando los prejuicios que tuve al entrar a la cárcel. Escudandome en el derecho, normalice que en esos espacios las personas con el uniforme naranja debian estar ahí. Sin embargo, estamos bajo un sistema judicial donde se cometen injusticias y errores por lo que generar este tipo de juicios sin el conocimiento adecuado no aporta nada. Además, cabe resaltar que si bien algunos si cometieron delitos es deber de la sociedad hacer lo que esté a su alcance para remediarlo en vez de deshumanizarlo.

—Sabina Zorio


Una visita

Aquel día amaneció lluvioso, y yo llegaba tarde. El reloj no cesaba de avanzar, su tic-tac implacable incrementaba la sensación de urgencia que, a su vez, sumaba una tensión adicional al ambiente ya pesado que rodeaba la imponente estructura de la prisión. Sin embargo, a pesar de la severa realidad del lugar y la gravedad inherente a las circunstancias, flotaba en el aire una sensación de camaradería poco usual. Era como si, en lugar de visitar un recinto penitenciario, estuviéramos acudiendo a un encuentro con un grupo peculiar de amigos.

Al cruzar las puertas de seguridad y adentrarme en el corazón de la institución, algo captó de inmediato mi atención. Algunas mujeres, internas de la prisión, lucían trenzas espectaculares, intricadas y detalladas. Esa era la moda local, un fenómeno cultural fascinante que evidenciaba la creatividad y la destreza que pueden florecer, incluso, en los entornos más adversos.

Entre las diversas figuras que paseaban por los corredores, destacaba Sara, una pedagoga de teatro de América. Su presencia aportaba una chispa de color y vida a la monotonía gris del lugar, demostrando cómo el arte y la educación pueden iluminar incluso los rincones más oscuros de la sociedad.

Nuestra agenda del día estaba repleta. Primero, se nos iba a presentar la biblioteca de la prisión, un recurso valioso para aquellos que buscaban enriquecer sus mentes a pesar de su encierro. Pero antes, se recogieron los trabajos caseros de caricaturas. Era evidente que esta actividad creativa era muy popular entre los internos, tal vez por la oportunidad de expresar sus sentimientos y pensamientos de una manera lúdica y artística.

Luego, se planteó un nuevo reto: diseñar una prisión imaginaria. La propuesta fue recibida con un entusiasmo palpable y un zumbido de aprobación resonó por todo el lugar. La tarea, a pesar de su aparente simplicidad, provocaba una reflexión profunda y crítica sobre el sistema penitenciario y su papel en la sociedad.

Después de completar la tarea, llegó el momento de la interacción social. En una especie de pausa en el tiempo, las personas comenzaron a charlar entre sí, creando un murmullo constante que llenaba la sala. Los visitantes, incluyéndome, entregábamos regalos preordenados a los internos.

Para Making, uno de los internos, llevé las Grandes Arcanos del tarot impresas. Esta entrega marcó el inicio de una conversación larga y fascinante. Hablamos sobre las diferencias y similitudes entre las prisiones en los países que conocía, como Polonia y Dinamarca. Esta interacción no solo me permitió ofrecer una visión del mundo exterior, sino que también me brindó una perspectiva más profunda de la realidad del sistema penitenciario.

Mientras la charla fluía, un matiz extraño pero fascinante se mezclaba en el aire. Una especie de niebla compuesta por esperanza, religión y esoterismo envolvía el lugar, como si estos elementos estuvieran intrínsecamente entrelazados en la vida de la prisión. En medio de esta atmósfera, Hans, otro recluso, me pidió que trajera algunos libros marxistas «contra banda» en mi próxima visita. La solicitud, a pesar de su naturaleza subversiva, demostraba la sed de conocimiento y la diversidad de pensamiento que prevalecía en este lugar.

—Jakub Michal Bolewski

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